La solidaridad del sector se ha demostrado de muchas maneras durante la pandemia. Carreras gratuitas para sanitarios, servicios de logística para proveer de mascarillas y protecciones a quienes las necesitaban, son algunas de las muestras de esta implicación del taxi con la sociedad. Y también colaborando para que ningún taxista pase hambre gracias a la iniciativa de Taxiluz de crear un banco de alimentos para aquellos compañeros más afectados por la crisis sanitaria.
La idea se le ocurre Laura Castillo una mañana que fue a comprar a Mercadona y ayudó a un chico a pagar la compra. “Pensé que podríamos hacer algo así a través de Taxiluz, para los compañeros del taxi a los que esta crisis les haya dejado sin nada. Crear un banco de alimentos. Y nos pusimos manos a la obra”. En ese plural incluye a Noelia Díaz, compañera junto a la que gestiona este bando de alimentos con el que ya han ayudado a unas 300 familias. “El taxi está salvando al taxi”, nos dice orgullosa de sus compañeros, que aportan de forma desinteresada lo que pueden. También las entidades del sector. “Como somos una plataforma independiente encontramos ayuda en todo el mundo. Las asociaciones, talleres, peñas, aplicaciones…Toda ayuda es bienvenida”, nos explica. Aunque cuando planteó la idea pensaba que nadie les iba a hacer caso, la respuesta fue justo la contraria. “Todo el mundo se ha volcado”.
Con el almacén situado en la sede de la Cooperativa, las donaciones pueden hacerse bien llevando la comida directamente allí o en cualquiera de los puntos de recogida de alimentos, y son los taxistas voluntarios los que se encargan de su recogida. “Los compañeros han estado dispuestos a ayudar al mil por mil desde el primer momento”, nos asegura.
Desde que empezaron con este Banco de Alimentos el pasado 11 de mayo repartido más de 10.000 kg de alimentos entre familias de taxistas que lo están pasando mal. Contactar con ellos es lo más complicado, “hay gente a la que pedir comida le da vergüenza”. Para evitar que este sentimiento les impida ser ayudados, solo Laura y Noelia se encargan de la gestión de los taxistas que piden ayuda. “Tienen que escribir al email que tenemos, nos tienen que dar su nombre, decirnos cuantos miembros son en la unidad familiar, si tienen niños, sus edades y una fotocopia de la cartilla de taxi que acredite que efectivamente son taxistas”.
Tanto ella como Sonia son las que hablan con estos compañeros duramente afectados por la crisis. “Algunos rompen a llorar cuando te cuentan la situación que están viviendo. Está siendo devastador”, nos asegura Laura, que no ha dejado de trabajar el taxi ni un momento durante esta pandemia.
“Cuando recibimos los datos del compañero que necesita ayuda, le solemos contestar en unas 48 horas. Pueden venir ellos mismos si así lo desean al Banco de Alimentos o podemos enviar a un compañero a llevarle la caja con alimentos”. La entrega, nos insiste, intenta ser lo más profesional posible para evitar que el compañero se sienta incómodo. “Hay historias que no se me van a olvidar. Después de esto voy a necesitar un psicólogo”.
La ciudad vacía
“Aunque soy bastante fuerte, también soy persona, y no puedo evitar que me afecten algunas de las historias de los compañeros. Sé que se pasa mal, y que a nadie le gusta tener que pedir para comer, pero para eso estamos”.
Nos cuenta que mientras trabajaba su taxi, paró en una Gran Vía desierta de coches y peatones. “Tuve que salir del coche, sentarme en la acera y romper a llorar”. La angustia de ver tu ciudad así, completamente vacía, nos explica, es indescriptible. Por eso no duda en afirmar que toda esto está siendo “una mierda”. “Tenía que ayudar de alguna manera, y esta era la forma de hacerlo, con mi taxi. He hecho servicios solidarios, he llevado a gente que se asfixiaba a la puerta de las urgencias de los hospitales, he tenido que hacer servicios hasta las morgues, como la del Palacio de Cristal. Servicios que no he cobrado porque bastante tenían con lo que tenían”.
Y cuando llegaba a su casa, día tras día, el mismo protocolo antes de poder abrazar a los suyos. “No me acercaba a ellos hasta que no me duchaba y me quitaba la ropa del día. No me he contagiado, que yo sepa, a pesar de que las primeras jornadas iba sin mascarilla, sin guantes. Solo con el gel que mi marido había conseguido cuando ya estaba agotado en todos lados”.
A pesar de los duros momentos, Laura nos cuenta la satisfacción que siente cuando algún compañero lleva su aportación al banco de alimentos. “Lo que sea, es bienvenido. Y vienen con una sonrisa, diciéndonos, esto es para ayudar a los compañeros que es algo muy fuerte”.
Y aunque al principio apenas tenían peticiones de ayuda porque a la gente le daba vergüenza tener que recurrir a ellos, asegura que el boca a boca les has ayudado a llegar a muchos más compañeros. “Es verdad que ahora hay algunos que nos llaman o escriben para decirnos que ya han cobrado la prestación o el ERTE y que no les hace falta”, pero mantendrán este banco de alimentos por lo menos hasta que finalice el estado de alarma. “Mientras haya un kilo de comida que podamos dar a un compañero, ahí estaremos nosotras”.
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