La imagen de su muñeca tatuada con un código de barrasy un precio, 2.000 euros, ha estado en todos los periódicos españoles. El Confidencial cuenta, además, que fue un taxista madrileño el dio cobijo a la joven, de origen rumano, y la animó a denunciar.
Los hechos se remontan a 2011 cuando J. P recoge en Gran Vía a una joven angustiada, con moratones y que apenas habla castellano. Por señas, apenas hablaba español, la llevó al aeropuerto y, una vez allí, le dijo, nuevamente por gestos, que no tenía dinero para pagarle la carrera. El taxista, comprensivo, sabía que tampoco tendría dinero para un billete, por lo que decidió acogerla esa noche en su casa.
Al día siguiente contacta con alguien que le ayude a entenderse con la joven rumana. Una vez pueden entablar un diálogo, traductora mediante, les explica cómo había sido obligada a prostituirse. Si se negaba, la pegaban. Ante esta confesión, el taxista, junto con la traductora, acompañaron a la menor a denunciar ante la policía los hechos.
El taxista testificará en los próximos días en el juicio que se celebra estos días en la Audiencia Provincial contra 14 personas acusadas de forzar a mujeres rumanas a ejercer la prostitución en Madrid.