“Voy a echar mucho de menos a mis compañeras”, nos asegura Carmela Díez Asón cuando nos encontramos con ella en Valportillo, la delegación que tiene Radioteléfono Taxi Madrid en Alcobendas. También nos confiesa que está un poco nerviosa, “esto me da corte” y que todavía no se ha acostumbrado al ritmo de su nueva vida como jubilada, “soy incapaz de comer antes de las cuatro de la tarde y me despierto a las 7.30”.
Sin embargo, afronta esta nueva etapa de su vida con muchas ganas. Las mismas que le echó cuando se vino, en el año 1977, a Madrid, a la aventura de buscar trabajo habiendo dejado un puesto en una farmacéutica en Cantabria, de donde es originaria.
De Soto de la Marina, muy cerca de Santander, Carmela se vino a Madrid porque cuando visitó la capital con 18 se enamoró de la ciudad. “Trabajaba en una farmacéutica tomando nota de los pedidos por teléfono y pedí una excedencia de dos años para venir. Y aquí me quedé”. Así resume Carmela toda una vida vinculada al mundo del taxi. Un sector del que no conocía nada y en el que entró a trabajar casi de casualidad.
“En la farmacéutica trabajábamos con cajetines para distribuir los pedidos y me pidieron ayuda para hacer uno así para el radiotaxi, que llevaba ya dos años operando”. Era 1977 y Radioteléfono Taxi Madrid tenía su sede todavía en la calle Discóbolo. Solo eran 9 operadoras, tres por cada turno, y ella, Carmela, que comenzó a trabajar como correturnos. “El suegro de mi prima, que era taxista, preguntó si necesitaban una telefonista. Me llamaron un mes después, hice una prueba y me quedé.” Y hasta ahora.
Por el camino, tres sedes diferentes, muchas llamadas atendidas, un marido taxista al que conoció trabajando y un hijo que sigue los pasos de su padre. “Nunca hubiera imaginado que ese cajetín que estaba ayudando a construir se iba a convertir en mi herramienta de trabajo durante tantos años”, rememora. “El destino a veces tiene estas cosas”, nos dice risueña.
El segundo día trabajando, “y sin conocerme las calles de Madrid”, despachó 300 servicios, rememora mientras tomamos café en la cafetería que hay en Valportillo, delegación en la que ha trabajado los últimos 12 años. “Cogí un mapa de la ciudad, lo plastifiqué y lo tenía siempre a la vista. Así terminé aprendiéndome las calles, para dar los servicios lo más rápido posible”. La actividad en la central de llamadas era intensa porque todo se hacía a mano. “Íbamos anotando las peticiones y en décimas de segundos tenías que decidir qué taxi estaba más próximo al servicio y asignarle la carrera”.
La agilidad en el teléfono, “tenía práctica a la hora de tomar los pedidos de la farmacéutica” le ayudaron en sus primeras jornadas laborales. Controlar la técnica de la emisora y, sobre todo, a ciudad, le llevó unos tres meses y aún hoy es capaz de recordar muchas de las calles de la capital.
“Éramos capaces de saber de dónde venía una llamada solo por el número de teléfono”, nos confiesa. Una herramienta que les ha sido de utilidad en más de una ocasión, “ayudamos a una mujer a saber dónde estaba una mujer que le había robado”, añade. Anécdotas como esta tiene muchas, aunque tal vez la más importante fue la vivida por ella en primera persona.
Una gran familia
Porque trabajar en Radioteléfono Taxi le trajo a Carmela más que una experiencia laboral. “Aquí conocí a mi marido. Me enamoré de su voz”. Ricardo, que así se llamaba, era taxista. “Cada vez que sonaba su voz, me ponía contenta. Cuando me lo presentaron, no tuve dudas. Era él lo que quería”. La diferencia de edad, 13 años, no fue impedimento para Carmela, que dos años después de llegar a Madrid tenía muy claro que ya no se marcharía. “Nos casamos y hemos sido muy felices hasta que “el bicho” - en referencia al cáncer- se lo llevó hace casi dos años”. Emocionada, nos relata las virtudes de Ricardo “era muy bueno, honesto. Era una maravillosa persona”.
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