En un año en el que no podremos salir a la calle a reivindicar el papel de la mujer en la sociedad por culpa de la pandemia, homenajeamos a través de estas páginas a todas las mujeres que han abierto camino y a aquellas que lo seguimos transitando a día de hoy. Porque cuando hace casi 100 años Dolores Trabado se puso al volante de un taxi en Pontevedra, no imaginaba que muchas más seguirían sus pasos en un sector que sigue siendo eminentemente masculino.
No solo al volante, también en otros sectores como la prensa especializada. Porque un 8 de marzo, día de la mujer, también cumple veinte años al frente de La Gaceta del Taxi su directora, Pilar G. Matorra. Una fecha que también queremos celebrar con todos nuestros lectores ya que supuso un importante impulso para la revista, que siempre ha trabajado desde la profesionalidad ofreciendo información veraz y plural.
Sin duda el avance de la mujer en mercados donde tradicionalmente no se la esperaba es un hecho desde hace años, aunque en el caso del taxi se trate todavía de un papel minoritario. En España, solo el 4% de los taxistas son mujeres que un día decidieron hacer del taxi su carrera profesional, destacando la libertad y el contacto con los demás en su día a día. Muchas de ellas, además, llegaron por casualidad. Porque como nos decía Concha Guardado, taxista madrileña con dos décadas de experiencia al volante, “es muy normal que las mujeres seamos hija de, hermanas de, o mujeres de taxista”. Ese fue su caso. “Mi padre era taxista, y cuando enfermó de cáncer pensó en mí para que me hiciera cargo de su licencia. Iba a ser algo temporal, y aquí sigo. Mi idea era estar seis meses viendo cómo funcionaba todo y dedicarme a lo mío, pero a mí el taxi me enamoró, y cuando volví a solicitar otra excedencia en mi trabajo y me preguntaron si volvía o no, les dije que me quedaba en el taxi”.
Aunque su idea de futuro era otra, reconoce que estar en el taxi y también en el mundo asociativo le ha permitido realizarse de muchas maneras. “La gente piensa que el taxista llevar a alguien del punto A al punto B, pero yo hago muchas más cosas”. Nos cuenta también que en torno al taxi “hay mucha leyenda, la gente lo ve como un sector muy peligroso” y reconoce que evidentemente lo es, “pero para todo el mundo, para hombres y mujeres”.
Un taxi, miles de historias
“A mí me sorprende cuando me dicen que qué valiente soy. Si lo único que hago es conducir”, nos cuenta entre risas María Isabel Roldán, taxista cordobesa y miembro de la directiva de la Asociación Provincial del Taxi de Córdoba. En Córdoba son veinticinco mujeres, “todas nos apoyamos mucho, pero también los compañeros” y llegó al taxi como otras tantas, de casualidad. “Mi suegro era taxista y me quedé en paro en 2008 y como mi suegro se quería jubilar, mi marido y yo vimos que era una oportunidad de tener una salida si él también se quedaba sin trabajo”. De eso hace diez años y asegura estar muy contenta con su trabajo, “no se hace pesado el día a día”, y destaca como ventaja la libertad y la disponibilidad de no depender de nadie, “eres tu propia jefa”. María Isabel, que se considera una persona muy extrovertida, señala también que este trabajo le permite aprender mucho con los clientes. “Yo lo llamo el piscotaxi, porque los usuarios se montan y te sueltan la historia y se desahogan y eso te hace ver que la gente tiene muchos problemas y poner en perspectiva los tuyos”.
Porque el taxi es, para prácticamente todas las entrevistadas, una importante fuente de conocimientos. Por ejemplo, para Jenny Alayo, taxista de Barcelona desde hace 7 años lo que más le gusta de trabajar en el taxi es el contacto y la cercanía que se genera con los diferentes usuarios. “Nunca me voy a la cama sin haber aprendido algo de ellos, el taxi es como un libro abierto, aprendes de cada situación vivida”, nos explica. Jenny, como muchas de sus compañeras, llegó al sector después de estar trabajando 12 años en otro sector. “La empresa hizo una reducción de personal y por ello decidí la compra de una licencia de autotaxi y empecé a trabajar como familiar autónoma colaboradora”.
Cuando Olga Martín comenzó a trabajar el taxi que había en su familia no se imaginaba lo mucho que le aportaría en los quince años que lleva al volante. “Me salió la oportunidad, me animé a probar y aquí sigo, porque me he enamorado de esta profesión”. Una profesión que, a su juicio, saca lo mejor de las personas y que aunque requiere de muchas horas de trabajo, “cada día es diferente, conoces a mucha gente en el taxi, que no deja de ser un confesionario”. No obstante, reconoce que Madrid es una ciudad hostil para pasar tantas horas en un taxi, pero anima a aquellas mujeres que se lo están pensando a dar el salto.”Que no tengan miedo en absoluto, porque cada día les va a gustar más esta profesión”. También en Madrid ha ejercido como taxista Azucena Cabezas, titular de licencia que empezó a trabajar en el taxi cuando se quedó viuda en 2003. Una aventura que reconoce haber disfrutado mucho.
Otras mujeres, sin embargo, no lo tuvieron tan fácil cuando decidieron acceder al sector. Es el caso de Isabel Segura, taxista en Valencia desde hace casi treinta años. Llegó al taxi tras intentarlo en el sector de las ambulancias y de las grúas de asistencia en carretera. “En aquella época no contrataban mujeres, y como yo quería trabajar, decidí sacarme el permiso para taxista. Pero también fue difícil empezar, porque las vacantes eran solo nocturnas y los patronos no querían mujeres por las noches, imagino que por miedo a que nos pasara algo”. Como su hermano ya era conductor en un taxi, habló con su jefe y los dos compartieron licencia hasta que Isabel vio claro su futuro. “Al año ya me había decidido a comprar una licencia, y desde entonces no he tenido ningún problema porque siempre he trabajado para mí misma”.
Eva Torres, de Málaga, asegura que trabajar el taxi era algo que tenía en mente “desde siempre”. Con 29 años ya era titular de licencia y ahora, catorce años después, asegura que esta profesión le ha permitido interactuar con gran diversidad de personas compaginando, en su caso, su actividad profesional con una importante labor solidaria que le ha llevado a poner en marcha el proyecto de pulseras solidarias. “Me reconforta y me siento orgullosa al saber que esas horas muertas en las paradas sirven para algo, ayudando a la investigación con la Fundación Cris Cáncer”, para quien se han recaudado h más de 300.000€ para la investigación.
Sin familiares taxistas, Sonia Camblor, desde Gijón, recaló en el taxi después de quedarse en paro. “Se habían concatenado varias crisis, la crisis naval, la metalúrgica, de la minería y yo trabajaba en despachos laborales y era muy difícil seguir manteniendo puestos de trabajo. Cuando me decidí pensé en cambiar de sector, saqué el BTP y a continuación me presenté al examen. Estaba probando sectores, daba igual uno que otro con tal de no estar de brazos cruzados, porque soy muy activa. Aprobé y empecé a trabajar. Ví que aquí había que mojarse y decidí comprar la licencia”.
Del taxi destaca, al igual que sus compañeras, el contacto con la gente. “Fue entrar en un mundo donde muchas personas te explicaban muchas cosas y conocías a un montón de gente de sitios muy diferentes, porque antes de la pandemia teníamos mucho turismo y además tenemos una colonia muy grande de emigrantes que volvía durante nuestro verano”.
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