El avión procedente de Madrid aterrizaba en el aeropuerto de Tánger. Era un día de primavera y al pisar suelo marroquí una ligera brisa envolvía aquella mañana de junio. Mi amiga y yo, después de pasar el control de pasaportes, teníamos el reto de llegar esa misma mañana a la ciudad de Tetuán. En el hall del aeropuerto un gran panel azul informaba de las tarifas para taxi desde el aeródromo al centro de Tánger, a diversos hoteles y a varias ciudades cercanas del país. La suerte estaba de nuestro lado porque Tetuán figuraba en esa lista.
Ya en el exterior de la terminal, divisamos a unos cincuenta metros unos grandes y antiguos taxis de color beige rodeados de personas del país. Éramos los últimos turistas en llegar a la parada y como a Tetuán íbamos solo nosotros, tuvimos que contratar el servicio, ajustándonos a la tarifa de 350 dirham que indicaba el panel azul. Metimos las maletas y tomamos rumbo a Tetuán. El vehículo era de los que allí denominan “grand taxi”, la mayoría modelo Mercedes de la serie 200, en beige o azul. Realizan habitualmente el servicio de taxi compartido de larga distancia, muy usado por los marroquíes y los turistas más intrépidos, para viajar de una ciudad a otra. Hay que resaltar que 30.000 de los 75.000 taxis que hay en Marruecos son de este modelo. Las tarifas son fijas por destino y los pasajeros pagan por partes iguales. Si no quieres compartir el viaje, o no quieres esperar a que se ocupen todos los asientos para salir, deberás pagar la tarifa completa o la tuya y la que corresponda a los asientos que quedaron vacíos. Siempre conviene preguntar el precio antes de iniciar el viaje.
Entramos en la bulliciosa ciudad de Tetuán, con grandes barrios blancos dispersos sobre las colinas. El taxi se detuvo en el casco antiguo, justo enfrente del edificio donde Sira Quiroga, protagonista de la novela “El tiempo entre costuras” había montado su taller para vestir a la elegante colonia extranjera del Tetuán de los años treinta, cuando la ciudad era protectorado español.